viernes, 2 de septiembre de 2011

por Radio Cristiandad
LA PROVIDENCIA Y LA CONFIANZA EN DIOS
R. P. Réginald Garrigou-Lagrange, O. P.


 LA PROVIDENCIA SEGÚN LA REVELACIÓN

CAPÍTULO II
LOS CARACTERES DE LA PROVIDENCIA
SEGÚN EL ANTIGUO TESTAMENTO
 
El dogma de la Providencia se halla formal y explícitamente contenido en no pocos pasajes del Antiguo Testamento, como por ejemplo, en el Libro de la Sabiduría (6, 8; 8, 1; 11, 21; 12, 13; 17, 2); y virtualmente está indicado en multitud de lugares.
El Libro de Job está por entero dedicado al problema de la Providencia en lo que mira a las pruebas que experimentan los justos; y es también una afirmación solemne de la Providencia divina la oración, que abunda en las páginas bíblicas.
La doctrina del Antiguo Testamento puede resumirse en estos dos puntos fundamentales:

1°) La Providencia universal e infalible ordena todas las cosas para el bien;
2°) La Providencia se nos manifiesta muy claramente, a veces de manera ostentosa, si bien en algunos de sus caminos es absolutamente inescrutable.

Dejemos que hablen los textos de la Sagrada Escritura, que hemos escogido y agrupado de manera que los unos aclaren los otros. Son en su frescura más bellos que todo comentario.
Como palabra de Dios, son incomparablemente superiores a la Teología; mas todavía sube de punto su valor ordenados por la Teología como piedras preciosas en un cuerpo doctrinal.

1°) La Providencia universal e infalible ordena todas las cosas para el bien.

A) Declárase en el Antiguo Testamento lisa y llanamente la universalidad de la Providencia y su extensión a todas las cosas, por pequeñas que sean; el Libro de la Sabiduría lo afirma repetidas veces: “Al pequeño y al grande él mismo los hizo, y de todos cuida igualmente.” (Sap. 6, 8). “La Sabiduría abarca fuertemente de un cabo a otro todas las cosas, y las ordena todas con suavidad.” (Ibid., 8, 1). “Tú, Señor, dispones todas las cosas con medida, número y peso.” (Ibid., 11, 21). “No hay otro Dios sino tú, que de todas las cosas tienes cuidado, para demostrar qué no hay injusticia alguna en tus juicios.” (Ibid., 12, 13).
El autor del Libro de la Sabiduría aduce un ejemplo notable: “Es un hombre que piensa navegar, surcar las agitadas olas, encrespadas por la tempestad…; la pasión del lucro es quien inventó el bajel que le conduce, y el artífice puso en ello todo su talento; mas tu Providencia, oh Padre, lleva el timón, tú has abierto un camino en medio del mar y una ruta segura por entre las olas, demostrando que eres poderoso para salvar de todo riesgo… Por eso los hombres, en caso de naufragio, confían sus vidas a un frágil leño, atraviesan las olas en una balsa y escapan de la muerte.” (Ibid., 14, 1-5).
Estas sencillas palabras relativas a la confianza en Dios de los que surcan el mar en una balsa afirman con más claridad que todas las obras de Platón y de Aristóteles la existencia de la Providencia que se extiende a todas las cosas, por pequeñas que sean.
La misma afirmación encontramos en las hermosas plegarias del Antiguo Testamento, como en la oración de Judit, cuando invoca al Señor antes de dirigirse al campo de Holofernes: “Asísteme, te ruego, Señor y Dios mío, socorre a esta viuda. Porque tú obraste antiguamente aquellas maravillas, y tú designaste las que después han seguido, y ellas se han cumplido porque tú lo quisiste. Todos tus caminos están aparejados de antemano y tus juicios dispuestos por tu previsión. Vuelve ahora tu mirada sobre el campamento de los asirios… Así suceda con éstos como con los egipcios (que fueron anegados en las aguas del Mar Rojo); confían en su gran número, y en sus carros de guerra, y se glorían en sus dardos, y en sus escudos, y en sus flechas, y en sus lanzas. No saben que tú eres nuestro Dios, que de tiempo antiguo desbaratas los ejércitos y tienes por nombre Yahvéh… Siempre te fue acepta la oración de los humildes y de los mansos. Oh Dios del cielo, creador de las aguas y Señor de toda la creación, oye benigno a esta desventurada que recurre a ti y lo espera todo de tu misericordia.” (Judith, 9, 4-17).
Nótese cómo en esta bella oración de Judit se afirma, no sólo la Providencia, la extensión universal de la misma y la rectitud de los caminos de Dios, mas también la libertad de la elección divina respecto del pueblo de donde había de nacer el Redentor.
¿Pero de qué manera han sido las cosas así ordenadas?

B) No con menos claridad que la extensión universal de la Providencia se afirma en el Antiguo Testamento la infalibilidad de la misma con respecto a todo cuanto sucede, aun con respecto a nuestros actos libres presentes y futuros.
Véase en prueba de ello en el Libro de Ester (13, 9; cap. 4 de la versión griega) la oración de Mardoqueo, que implora el auxilio de Dios contra Aman y los enemigos del pueblo escogido: “Señor, Señor, Rey omnipotente, yo te invoco; porque de tu potestad dependen todas las cosas, ni hay quien pueda resistir a tu voluntad, si has resuelto salvar a Israel. Tú hiciste el cielo y la tierra y todo cuanto el ámbito de los cielos abraza. Tú eres el Señor de todas las cosas, ni hay quien pueda resistirte, a ti, el Señor. Tú lo sabes todo, y sabes que no por soberbia, ni por desdén, ni por ambición de gloria he hecho esto de no adorar al soberbio Aman… Lo hice por no trasladar a un hombre el honor debido a mi Dios… Y ahora, Señor, Dios mío y Rey mío, Dios de Abraham, apiádate de tu pueblo; pues nuestros enemigos quieren perdernos… ¡Escucha mis súplicas!… Convierte nuestro llanto en gozo, para que, viviendo, alabemos tu nombre.”
No es menos conmovedora la oración de Ester (Ibid., 14, 12-19), pronunciada en las mismas circunstancias; en ella se afirma todavía con más claridad la infalibilidad de la providencia aun en los actos libres de los hombres, pues la reina Ester pide a Dios —y lo consigue—, que se cambie el corazón de Asuero: “Acuérdate, Señor, de nosotros; muéstranos tu rostro en el tiempo de nuestra tribulación, y dame a mí valor, Rey de los cielos y dominador de todo poder. Pon en mis labios palabras discretas, así que me presente ante el león (Asuero), y muda su corazón a que aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca éste con todos sus cómplices. Y líbranos con tu mano; y asísteme en mi desamparo, porque tú, Señor, eres mi único auxilio. Tú conoces todas las cosas y sabes que aborrezco la gloria de los inicuos…, sálvanos de las manos de los malvados, y líbrame a mí de mis temores.”
Y en efecto, como dice un poco más adelante (Ibid., 15, 11): “Dios trocó en dulzura la cólera del rey Asuero; el cual, temeroso (al ver a la reina desmayada en su presencia), saltó de su trono, y tomó a Ester en sus brazos, hasta que volvió en sí.” Pronto se dio cuenta de la perfidia de Aman y lo mandó al suplicio, prestando a los judíos el apoyo del poder público para defenderse de los enemigos (Cf. también la oración de Susana: Dan. 13, 42).
De aquí se ve que la Providencia divina se extiende infaliblemente, no sólo a los sucesos exteriores más particulares, sino también a los secretos de los corazones y a los actos libres más íntimos, por cuanto a la voz suplicante de los justos cambia las disposiciones interiores de la voluntad de los reyes. Sócrates y Platón jamás se elevaron a concepciones tan altas ni a certeza tan firme acerca del gobierno divino.
Semejantes a los textos aducidos hay otros muchos en la Sagrada Biblia, sobre los cuales insisten con frecuencia San Agustín y Santo Tomás.
Leemos, por ejemplo, en el Libro de los Proverbios (21, 1): “El corazón del rey es como un río en la mano de Yahvéh, el cual lo inclina hacia cualquier parte que le plazca. Parécenle rectos al hombre todos sus caminos; pero quien examina los corazones es Yahvéh.”
Y a su vez el Eclesiástico dice de esta manera en 33, 13: “Como está el barro en manos del alfarero, el cual lo maneja a su arbitrio, así el hombre está en las manos de su Hacedor, el cual le dará el destino según sus juicios.”
Del mismo modo Isaías en sus discursos proféticos contra las naciones paganas (Is., 14, 24): “Juró Yahvéh, Dios de los ejércitos, diciendo: Como lo pensé, así será, y como lo tracé en mi mente, así sucederá. Destruiré a Asur en mi tierra…, y su yugo será quitado de sobre mi pueblo.” “Así es la mano que está extendida contra las naciones, prosigue el Profeta. Porque Yahvéh, el Dios de los ejércitos, ha decretado, ¿y quién podrá impedirlo? Su brazo está levantado, ¿y quién podrá detenerlo?”
En todos los pasajes hallamos afirmada la libertad de la elección divina, la universalidad e infalibilidad de la Providencia, que desciende hasta los pormenores más insignificantes y a los actos libres de los hombres.

C) ¿Para qué fin ha ordenado las cosas la Providencia universal e infalible?
Los Salmos, sin llegar a darnos la luz que irradia del Evangelio, responden a menudo a esta cuestión diciendo que Dios ordena todas las cosas para el bien, para la manifestación de su bondad, de su misericordia y de su justicia; que en manera alguna es causa del pecado, pero lo permite con miras a un bien mayor.
De esta suerte aparece la Providencia divina como una virtud unida siempre a la Justicia y a la Misericordia, como en el hombre virtuoso jamás la verdadera prudencia puede ir en contra de las virtudes morales de la justicia, de la fortaleza y de la templanza, antes bien anda unida con ellas. La conexión perfecta y acabada de las virtudes no puede darse fuera de Dios.
Léense en los Salmos con frecuencia frases como ésta:
“Todos los caminos de Yahvéh son misericordia y verdad.” (Ps. 24, 10).
“Todas sus obras se cumplen con fidelidad. Ama la justicia y la rectitud; la tierra está llena de su bondad.” (Ps. 32, 5).
“Señor, dame a conocer tus caminos, muéstrame tus veredas. Llévame según tu verdad y adiéstrame; porque tú eres el Dios mi salvador, y eres mi esperanza en todo instante. Acuérdate, Señor, de tu misericordia y tu bondad, que son eternas. De los pecados de mi mocedad y de mis rebeldías aparta, Señor, tu memoria. A la medida de tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad.” (Ps. 24, 4).
“Yahvéh es mi pastor; nada me falta. En verdes prados me depara reposo, y a la vera de refrigerantes aguas me apacienta. El renueva mi alma, me guía por sendas llanas, por amor de su nombre. Si por valle hondo y sombrío corno de muerte anduviere, no temo mal alguno: tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me protegen…” (Ps. 22, 1-5).
“En ti, Señor, tengo mi amparo y confianza; ¡no me vea en confusión jamás!… En tus manos van mis destinos; defiéndeme del poder de mis adversarios. Resplandezca tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu piedad… ¡Cuán grande, Señor, es tu bondad para los que te temen y en ti esperan! Escóndelos en los repliegues de tu rostro contra las asechanzas de los hombres y contra las lenguas maldicientes.” (Ps. 30, 1; 16, 20).
Nuestra esperanza, nuestra confianza en Dios, estriba en la providencia o cuidado que tiene de los justos y en la omnipotencia. Todos los versículos que hemos aducido de los Salmos pueden reducirse a las palabras de Santa Teresa: “Señor, vos todo lo sabéis, vos todo lo podéis y vos me amáis.”
Si tan universal es la Providencia, si no hay pormenor al cual no se extienda, si es infalible y todo lo ordena para el bien, cosa debe ser patente y manifiesta, para quienes quieren verla.
¿De dónde viene, pues, que sus caminos son con frecuencia inescrutables, aun para los mismos justos? El Antiguo Testamento toca muchas veces este problema.

2°) Es cosa para nosotros manifiesta la Providencia, si bien algunos de sus caminos son absolutamente inescrutables.
La providencia, considerada en general, es cosa que, según la Biblia, se manifiesta con toda evidencia en el orden del mundo, en la historia del pueblo escogido y en la vida del justo o del impío tomada en globo.
El orden del mundo, dicen los Salmos, proclama una Inteligencia ordenadora: “Caeli enarrant gloriam Dei,.. Los cielos cantan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” (Ps. 18, 1) “Entonad un himno a nuestro Dios al son del harpa. El cubre los cielos de nubes, prepara a la tierra la lluvia, hace brotar la hierba en las montañas y da el pasto al ganado y a las crías del cuervo que le vocean.” (Ps. 146, 7. Item. Job, 38, 41). “Insensatos los hombres que ignoraron a Dios, que no supieron por las cosas visibles elevarse al conocimiento del que es, ni considerando las obras reconocieron al artífice de ellas… Son inexcusables; porque si pudieron llegar por su sabiduría a penetrar las leyes del mundo, ¿cómo no echaron de ver más fácilmente al Señor del mundo?” (Sap. 13, 18).
No es menos manifiesta la Providencia en la historia del pueblo escogido, como lo declaran los Salmos, en particular el 113, In exitu Israel de Egypto: “Cuando Israel salió de Egipto…, vióle el mar y huyó, retrocedió el Jordán… ¿Qué es eso, mar, por qué huyes? Y a vosotras, montañas, ¿qué os pasa, que brincáis como carneros, y a vosotros collados, como corderillos? Tiembla, oh tierra, ante el Señor, ante la faz del Dios de Jacob, que trueca la roce en cascada de agua, y en manantial la dura peña. No a nosotros, Señor, no a nosotros; da gloria a tu Nombre, por tu bondad, por tu fidelidad… Yahvéh se acordó de nosotros: bendijo la casa de Israel…, bendecirá a cuantos le temen, sean pequeños o sean grandes… Nosotros también le bendeciremos desde ahora y para siempre jamás.”
Manifiéstase, por fin, la Providencia en la vida del justo, por la recompensa que a veces visiblemente le otorga.
Así lo declara entre otros el Salmo 111: “Dichoso el hombre que teme al Señor, que en observar sus mandamientos pone sus delicias. “Poderosa sobre la tierra será su estirpe, la generación de los justos será bendecida. Hacienda y riquezas habrá en su casa, y la justicia se mantendrá eterna. La luz brilla en las tinieblas para el hombre misericordioso, compasivo y justo… Seguro está su corazón, confiado en el Señor, su ánimo es inquebrantable, no teme a sus adversarios, derrama largamente la limosna, socorre al indigente, su justa ventura subsistirá para siempre…”
El Señor se revela a veces particularmente como la Providencia del menesteroso: “Levanta del polvo al derribado, del muladar alza al mendigo, para sentarlo con príncipes, con los príncipes de su pueblo.” (Ps. 112, 7).
Por el contrario, la maldad del impío recibe su merecido, a veces un castigo visible, que también es señal del gobierno divino: “No te aficiones a los caminos de los impíos…, desvíate y abandónalos…, como de pan, se alimentan de la impiedad… La senda de los justos es como la luz brillante de la mañana, que va en aumento y crece hasta el mediodía. El camino de los impíos está lleno de tinieblas; no advierten el escollo donde van a tropezar.”
El dinero mal adquirido no aprovecha (Prov. 4, 14). Salmo 36, 10: “Un poco de tiempo, y acabaráse el impío: contempla su lugar, ya él no está; pero los mansos heredarán la tierra y gozarán los deleites de una paz profunda. Cavila el impío insidias contra el justo, sus dientes rechinan contra él. Y en tanto, el Señor se ríe del impío, viendo cómo se le avecina el día. Sacan su espada los impíos y flechan el arco para derribar al desvalido y al pordiosero, para inmolar al hombre recto en su camino; pero la espada les atravesará su propio corazón y sus arcos serán quebrados.”
Salmo 33, 22: “Mata al malo su malicia, y expíalo a costa suya quien odia al justo.”
Dios priva a los impíos de su bendición y los entrega a su propia ceguera; mas acude en socorro de sus fieles servidores, a veces en forma extraordinaria, como sucedió a Elías (III Reg. 17, 3): “Encamínate hacia el Oriente y escóndete en el torrente Carith…, que yo he mandado a los cuervos que te lleven allí de comer.” Y obedeciendo a la palabra del Señor, fue a establecerse en el torrente Carith…, y los cuervos le llevaban pan y carne por la mañana y por la tarde, y el arroyo le ofrecía agua que beber.
Si tal es la Providencia en lo que mira al conjunto de la vida del justo, permanece, no obstante, inescrutable en muchos de sus caminos, sobre todo en ciertas sendas superiores, que nos resultan oscuras por el excesivo resplandor que deslumbra nuestros débiles ojos. Así acontece en Isaías con el anuncio de los padecimientos del siervo de Yahvéh, del Salvador.
Leemos también en el Salmo 33, 20: “Multe tribulationes justorum… Numerosas las tribulaciones del justo; y de todas le libra el Señor.” “Nuestros padres, dice Judit (8, 21), fueron tentados para que se viera si de veras honraban a su Dios. Abraham fue probado con muchas tribulaciones y llegó a ser el amigo de Dios. Así Isaac, así Jacob, así Moisés y todos los que agradaron a Dios pasaron por muchas tribulaciones, manteniéndose siempre fieles… Por tanto, no perdamos la paciencia por los trabajos que padecemos; antes bien, considerando que los castigos son menores que nuestros pecados, pensemos que los azotes del Señor, con que somos corregidos, nos han venido para enmienda nuestra, y no para perdición.”
Los profetas hablan a menudo del carácter misterioso de ciertos caminos de la Providencia, sobre todo cuando entrevén, como Jeremías, la relativa esterilidad de sus esfuerzos.
Leemos en Isaías (55, 6): “Invocad al Señor, mientras es tiempo; invocadle, mientras está cercano. Abandone el impío su camino, y el inicuo sus designios; conviértase al Señor, el cual se apiadará de él. Porque, dice el Señor, los pensamientos míos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son los caminos míos. Cuanto se eleva el cielo sobre la tierra, así se elevan mis caminos sobre los caminos vuestros, y mis pensamientos sobre los pensamientos vuestros.”
Es lo mismo que se lee en el Salmo 35, 7: “Es tu justicia, Señor, como las montañas inaccesibles; tus juicios, como el abismo inmenso (ludicia tua abyssus multa).”
Más aún en esta oscuridad superior, tan distinta de la oscuridad inferior del pecado y de la muerte, el justo encuentra su camino; poco a poco aprende a distinguir estas dos oscuridades tan contrarias.
En ciertos problemas difíciles de espiritualidad concreta, por ejemplo, cuando se trata de saber si determinada persona, unida a veces con Dios, pero muy enferma, va o no dirigida por Dios en ciertos caminos particulares, se llega a la oscuridad superior o a la inferior, según el método de investigación que se siga.
Digamos como el justo Tobías después de pasar sus pruebas (Tob. 13, 1): Grande eres tú, Señor, desde la eternidad, y tu reino dura por todos los siglos. Porque tú hieres, y das la salud, tú conduces hasta el sepulcro y resucitas de él, sin que nadie pueda sustraerse de tus manos. Bendecid al Señor, hijos de Israel, y alabadle en presencia de las naciones; pues por eso os ha desparramado entre las gentes que no le conocen, para que publiquéis sus maravillas y les hagáis conocer que no hay otro Dios todopoderoso fuera de él.
El nos ha castigado a causa de nuestras iniquidades, y él mismo nos salvará por misericordia… Convertíos, pues, pecadores, y sed justos delante de Dios, y confiad que usará con vosotros de su misericordia.”
Tales son las principales afirmaciones del Antiguo Testamento acerca de la Providencia:

* Es universal, extendiéndose hasta los más insignificantes pormenores y a los secretos del corazón;
* Es infalible respecto de cuanto sucede, aun respecto de los actos libres;
* Ordena todas las cosas para el bien, y por la oración de los justos trueca los corazones de los pecadores.
* Para quienes quieren verla, es sobradamente manifiesta; es, sin embargo, inescrutable en ciertos caminos.
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Esta doctrina nos muestra la confianza que debemos tener en Dios, y cómo en las pruebas debemos abandonarnos en sus manos con perfecta conformidad con su divina voluntad; entonces encaminará todas las cosas a nuestra santificación y nuestra felicidad.
Así lo anuncia la palabra del Evangelio: “Buscad primero el reino de Dios, y lo demás se os dará por añadidura.”

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